Viajera y gitana incansable, hice un alto en mi vagar. Busqué en Internet un lugar de descanso cerca de Santiago y en link bodegas encontré lo que buscaba: Viña Boutique Conalbi-Grinberg, ubicada en un área agro de Maipú, Mendoza, a 50 minutos en avión desde mi ciudad. Me comuniqué con sus dueños, fijé la fecha de mi viaje y partí. En el aeropuerto me estaban esperando, como acordado, Luis Pablo Conalbi y Sergio Grinberg, gestores de este paraíso. Mis expectativas se quedaron cortas. Mi estadía era, en un principio, por 4 días: me quedé 10!!!. Mis anfitriones me llevaron al campo por carreteras modernas, donde en la casa nos esperaban sus perras Mora, Miranda y Tormenta y en la puerta principal, sus gatitos siameses, Canela y Tomillo. La casa es mágica, donde los olores a almizcle y vainilla se entremezclan con una atmósfera de paz. Luis Pablo y Sergio me trataron, en un comienzo, con una discreta familiaridad. Luego, nuestro trato se hizo fraterno, amigable, abierto y coloquial. La decoración del espacioso salón es sublime, en donde se enfrentan retratos de antepasados con las maravillosas acuarelas de la artista Haydée Paña y Lillo, madre de Luis Pablo. El dormitorio hecho para el descanso y el silencio. Muchos libros, de los cuales leí con avidez aquellos escritos por el patriarca mendocino, don Silvestre Peña y Lillo. Nuestra rutina diaria fue asi: luego del desayuno tomado en la mesa antigua de la amplia cocina, paseamos por las viñas y los olivos; más tarde almorzamos comida criolla preparada por un chef, por tanto con cierto grado de sofisticación, degustando vinos de diferentes cepas, todos ellos deliciosos; por la tarde, dormí siesta en la gran pileta refrescante y más tarde, cebamos mate bajo la viña que la enfrenta y que es cosa de levantar el brazo pra arrancar un gajo de uva rosa, dulce y perfumada. Mis anfitriones atentos siempre a enseñarme sobre cepas misteriosas que se convierten en esos vinos que son dignos del paladar más exigente. Cenamos por la noche, nuevamente degustando manjares y sus vinos premiados. Un día me tocó la suerte de enseñarle al chef un plato de comida criolla chilena, que fue un episodio muy gracioso. En definitiva, encontré un lugar donde la magnífica hospitalidad, la belleza de sus jardines, sus olores, sus mascotas, sus tan especiales vinos, su espléndida comida gourmet-criolla y sus libros, hicieron de mi estadía un placer, el intelecto se me llenó de conocimiento vitivinícola, sus olores me envolvieron, donde pude descansar, leer, pasear y disfrutar de este remanso y por sobre todo, hacerme de dos grandes amigos, tan cerca de mi país, Chile. Recomiendo este lugar a todo aquel que quiera, como yo, hacer un alto en su camino. El alma se regocija y el cuerpo descansa. Volveré todos los años, Dios mediante, en cualquier época, porque si ahora en otoño sus colores verdes-rojizos embrujan, en verano, con la profusión de flores, el espectáculo debe ser maravilloso. Ximena Moreno Besa, Santiago, Chile, Abril 2008.
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