El edificio, de 1938, responde a la construcción bávara y, en ese emplazamiento privilegiado, adquiere un encanto que no tienen otros lugares.
Hay un amplio living, una biblioteca y una sala de juegos anexa, que no sólo evocan a los chalets del sur de Alemania sino que dan una idea de lo que debió ser la vida cuando los huéspedes llegaban a ese lugar aislado y permanecían durante largas temporadas. Hay fotos de La Cumbrecita que también permiten que también permiten imaginar lo que era ese entorno montanoso y alejado.
Nuestra habitación era de las más económicas; aun así tenía una pequena terraza con sillones con una muy buena vista. El desayuno es excelente. También lo es la atención, particularmente de Florencia, que estaba durante la tarde y que conoce mucho sobre la historia del lugar y a quien se le puede pedir mucha información.
La Cumbrecita es un pueblo peatonal, todos los senderos que ofrece el lugar quedan cerca del hotel. Apenas se retiran los visitantes por las calles de tierra sólo circulan las personas que se alojan en el pueblo.
El hotel es ideal para quien valora esa arquitectura tradicional y busca un descanso tranquilo. Hay gimnasio y pileta de natación con un lugar donde es posible comprar ensaladas, licuados, tortas y limonada. También hay un bar.
Sin duda volvería.