En nuestro viaje familiar por el sur de Italia, en Siracusa cumplía años mi mujer, y queríamos agasajarla alojándonos en un lugar especial, un poco más sofisticado que los hoteles que veníamos frecuentando, aunque todos fueran muy buenos. Y dimos con éste lugar. Al principio me molesté viendo que se encontraba en la periferia de Siracusa, una zona prácticamente rural, dejándonos lejos a la ciudad y a Ortigia, su imperdible centro histórico. Pero pronto comprobé que, si se cuenta con auto, como nosotros, la distancia no solo no representó el menor obstáculo (se va y viene fácilmente y en muy poco tiempo), sino que fue toda una ventaja. Pues se ingresa a este hotel como a un remanso de paz (de más está decir que cuenta con estacionamiento propio y sin cargo extra). Nos tocó alojarnos apenas cruzando la calle, en una vieja casona campestre completamente restaurada a nuevo, impecable y con el exquisito gusto de lo añejo y clásico, sin faltar nada de la vida moderna. El personal, amabilísimo y siempre presto a asesorar corectamente ante cualquier consulta. Pudimos disfrutar -incluso después de hora, gracias a la cortesía del personal del spa- de la excelente piscina cubierta, y por falta de tiempo, no pudimos gozar de la que está al aire libre, de grandes dimensiones. La cena de cumpleaños estuvo, y muy bien, a la altura de las circunstancias y el desayuno, altamente recomendable, de los mejores que tuvimos en nuestro intenso periplo sureño: Variado, de calidad y abundante. Un placer para los sentidos, este hotel, al que habría que darle más días que los que nosotros, lamentablemente y debido a nuestro exigente itinerario, le pudimos dar. De hecho, no pudimos disfrutar de varias de las atracciones que ofrece por falta de tiempo. Pero aún para el viajero inquieto y recorredor, ávido de experiencias (más que¨mero "disfrutador de hoteles"), como nosotros, este "reposo del guerrero" es una bendición para el cuerpo y el alma que siempre es bueno tener.-