Después de pasear por la ciudad vieja y ver otras opciones, nos decantamos por la tranquilidad y el entorno de este restaurante. Situado en la subida a la Fortaleza.
Desde el momento de reservar el dueño se porto genial con nosotros, cenamos en una amplia mesa de madera en la terraza, donde nos había puesto un florero con rosas. Las mesas no están apelotonados como en el puerto o la ciudad vieja.
La comida nos encantó, pedimos un entrante, luego un Schnitzel, el cordero y el pollo de la casa, muy bien emplatados y en proporciones normales. Cena sin prisas y en un entorno precioso con la ciudad a los pies.
El postre, como casi siempre en Creta por cuenta de la casa, en este caso creo que era un bizcocho con licor (o similar) por dentro, muy bueno.
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