Pocos hoteles hay en Chile que necesiten con más urgencia un aggiornamento como el Cap Ducal. Eso, o bajar sus precios exorbitantes al menos a la mitad.
Para comenzar, la relación precio-calidad está absolutamente desequilibrada, un hotel que, si se considera la calidad del servicio que presta, debe bajar sus precios al menos en un 50 %. En otras palabras, un hotel groseramente caro para la deficiente experiencia que ofrece. Estuve en enero, temporada alta, y penaban las ánimas, no sorprende.
Las habitaciones parece que se quedaron pegadas en 1990 (los teléfonos de las habitaciones son de esa época, de hecho). La iluminación es mínima, pues la única fuente de luz por la noche son las lámparas de los veladores. Instalaciones anticuadas, en estado deficiente. Tienen la vista más privilegiada de Viña del Mar, pero parece que es descomunal el costo por gozar del panorama, o de tener al alcance de la mano pelícanos y gaviotas.
No se entiende por qué en el baño ponen solamente dos toallas, una para secarse las manos y la otra, para el cuerpo, del mismo tamaño que la de manos. Insólito. Además, cosas sencillas, brillan por su ausencia, como que no haya un vaso. El basurero es minúsculo, por otro lado. La grifería deficiente, con grietas y roturas.
El ascensor, romántico y patrimonial, pero de servicio intermitente.
El desayuno es un tema aparte. Algunos dirían que es un insulto, considerando que se cobran cerca de 100 mil pesos por noche. Cuatro rebanadas de pan de supermercado, apenas tostadas, un par de torrejas de queso, jamón y quesillo, y sería todo en cuanto a comestibles; ni hablar de huevos, frutas, algo de repostería, yogurt o cereales. Se puede tomar té o café, pero leche olvídese, ni siquiera para cortar el café. Insólito, considerando que en el Cap Ducal se jactan de su gastronomía.
Sorprende cómo este establecimiento sigue funcionando, se intuye que el restaurante lo mantiene a flote, porque en lo que al hotel se refiere, ya se habría hundido hace rato. La escasez de cariño hacia el visitante es patente, ni siquiera se toman la molestia de reemplazar las ampolletas en las lámparas que no tienen. Parece que, simplemente, no les interesa atender bien.
Este es un reciento que vive exclusivamente de sus glorias pasadas y de su inmejorable vista al mar, lo que es bastante poco si se considera el servicio deplorable y carísimo que prestan. Por cierto, jamás volveré, ni aunque bajaran sus precios a la mitad. Aún así sería una tarifa abusiva.
Lo único que podría salvar a este hotel es que cambie de dueños. Ojalá unos que pongan algo de cariño en lo que significa administrar un hotel.