Es un hotel boutique, concepto que se cumple pues esta localizado en una antigua y elegante casa señorial, con unas ocho habitaciones. Buen mobiliario y ambientación, con un desayunador pequeño y acogedor, donde sirven un servicio adecuado. También hay una piscina, reducida pero acorde con las dimensiones del establecimiento. Como estuvimos en junio nos limitamos a mirarla.
Estuvimos en una habitación superior, con vista al mar , luego de superar un mal entendido en la recepción, pues pese a la reserva nos estaban dando una habitación con menos vistas y mas reducida. Cuenta con baño amplio con jacuzzi, ducha con flor generosa, y bidet, detalle bienvenido e infrecuente en la hotelería chilena. Buenos amenities. Hay un frigobar, caja de seguridad en la habitación y TV plasma.
Conviene tener en cuenta que está en un barrio residencial, a unos 10 minutos en automóvil de la zona céntrica (si uno encuentra el camino). El barrio es tranquilo pero habrá que trasladarse para ir a restaurantes (con excepción del cercano Portofino) y otras atracciones.
La atención del personal es de estilo familiar. Hay una pequeña cochera. Casi no tienen