La casa está en medio de una granja de avestruces. Para llegar a ella se debe atravesar parte de los campos de trabajo, lo cual le confiere a la propia llegada una atmósfera de película de época. Cuando llegas, te están esperando con una copa de vino de Jerez (bueno, del vino similar al Jerez que hacen en Sudáfrica). Eso y el trato exquisito del personal de recepción te hace pensar que acabas de llegar a tu propia granja en África ("yo tenía una granja en África"). La habitación era simplemente encantadora, grandísima, decorada con mucho gusto y con vistas al atardecer y a un cercado en el que tenían a una pareja de avestruces criando. La cena fue perfecta (no tiene nada que ver con la carne de avestruz que habíamos probado en Europa) y Rudi y compañía se preocuparon de compartir con nosotros toda clase de información sobre la zona, las cosas que ver y, sobre todo, las avestruces. Estuvimos solo una noche, pero hubiéramos querido quedarnos una semana.Más
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