Había estado en Hamlet antes de la pandemia. La desilusión ahora fue enorme. Al llegar no enfriaba la heladera. Nos sugirieron que la descongelemos ¿? o sino nos traían otra. Trajeron otra que hasta que enfrió, perdió la cadena de frío todo lo que traíamos de viaje. A la cabaña entramos con las ventanas abiertas y todos los ventiladores andando. Motivo? La humedad en placares y alacenas era insoportable. Al punto que las cajoneras se trababan y había que hacer magia para abrirlas y cerrarlas. Teniamos que tener todo abierto. De regreso a Buenos Aires tuvimos que lavar absolutamente toda la ropa de lo impregnado que tenía de humedad. Por lo que hablamos con los vecinos de la cabaña de arriba, en las lluvias entraba mucha agua por el techo. Las canillas perdían. Partes de zócalos se salían de solo tocarlos para barrer. Las aberturas están viejas y era una odisea cada vez que se tenían que trabar para cerrarlas. Hubo ventanas que nunca las pudimos abrir. El Wi-Fi de la cabaña un lujo. Es individual (está el modem en el comedor) y nunca se cayó.El desayuno bien, salvo un día que el jugo de naranja estaba malo y todos lo dejamos en la mesa. La atención del personal en general es formidable. Cuando nos fuimos, le hice ver punto por punto a quien creo que es la dueña o socia y no acusó recibo, minimizando todo lo expuesto (le mostraba la humedad en placares y me contestaba que luego enviaría a las chicas a limpiar... ¿?). Por lo que cobran, tendría que ser todo de primera calidad. Por lo demás, los chicos se divirtieron mucho con otros nenes en el salón de recreación y las piletas. Había muy buen ambiente. En ese sentido es un lindo lugar para familias con chicos aunque tal vez algo molesto para gente que va sin niños. El gimnasio dentro de todo, bastante completo. Es un lindo lugar que tuvo épocas mejores, cerca de la playa, pero que si no invierten rápidamente, se va a caer a pedazos.